Piodao es tan diminuto como hermoso. Apenas 200 habitantes conviven hoy en esta maravillosa aldea del centro de Portugal. Como leí una vez, a Piodao se va ex profeso; Piodao no está cerca de nada, no coge de camino a ninguna parte. Y ahí radica su magia. El hecho de ser tan recóndita la ha curtido, pero conservándola como siempre: un grupo de casitas parado en el tiempo que ha sido comparado no pocas veces con el Portal de Belén.
A pesar de este inicio agridulce, tengo que indicar que Piodao es uno de los 12 poblados históricos de Portugal, y siendo optimistas, no queda demasiado lejos de la sí conocida Sierra da Estreia, el Parque Natural de la Sierra de la Estrella. Pero no necesita su fama, ella lo vale porque sí.
La aldea remota en piedra de Piodao, Portugal
En plena Sierra de Acor, entre manantiales y arboledas surge el hermoso Piodao, un pequeño laberinto de angostas calles en pendiente del que más que no poder, no vas a querer salir.
La pizarra es el material usado por excelencia, que da homogeneidad al todo. Además, combina a la perfección con las lindas puertas y ventanas de color azul. Al parecer este era el único color del que disponía la droguería de la aldea, un excedente de producto que sumado a lo remoto de su localización, dio lugar a esta particular estética en óxido y bondi.
Y es que, si os preguntáis por qué no viajaban a otro pueblo para comprar otro color debéis saber que desde sus orígenes Piodao ha permanecido aislada. Los desplazamientos eran lejanos e incómodos. Se fundó en 1521 y permaneció alejada del mundo hasta que en el siglo XIX la construcción de un Camino Real de Covilha a Coímbra colaboró a la llegada de mercaderes de la costa que intercambiaban pescados por quesos artesanos. Por supuesto, venían en carros o a caballo. La carretera asfaltada y con ella los coches, no llegaron hasta ¡1971!
Todo esto ha tenido como feliz consecuencia que la aldea se haya mantenido casi intacta con el paso de los años, tanto en estética como en tradiciones. Como punto negativo, dicen que acogió a más de un delincuente huido de la justicia, como a Diego López Pachecho, asesino de Inés de Castro que consiguió escapar de la venganza de Pedro I en el siglo XIV.
El recóndito pueblo de cuento portugués
La zigzagueante carretera que conduce a Piodao nos regala una vistas alucinantes, entre montañas y valles. Uno sonríe con satisfacción cuando después del mareo de curvas y contracurvas descubre este anfiteatro de moradas grises camuflado, semioculto en la bruma baja; alejada de masificaciones se mantiene esta superviviente, que se ha salvado de chiripa de hasta tres incendios gordos.
Los campos de cultivo de las proximidades, sobre todo de patata, maíz y vid, ponen la guinda al pastel. La forma de cosechar en bancales me recordó a los campos de arroz chinos. Con los colores del otoño el panorama es precioso.
Una vez dentro de Pioado, entre el monótono esquisto distinguimos en blanco inmaculado a la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción; un sencillo templo con contrafuertes cilíndricos con remates en el mismo azul de siempre, que le dan un toque como de Castillo Disney.
Data de principios del XIX y fue erigida con contribuciones de los propios habitantes de la comarca. En su interior destaca un pequeño altar dorado. Rebuscando un poco damos con un par de capillas más en el poblado.
Junto a la iglesia encontramos también la Oficina de Información Turística de Piodao, que contiene un pequeño museo etnnográfico gratuito.
Entre los escasos comercios que se conservan abiertos sobresalen los de artesanía, con jerséis de lana de la que pica y muchos imanes con la estampa de las casitas del pueblo en esquisto.
Rutas de senderismo en la Sierra de Acor
Desde Piodao puede hacerse un sendero muy bonito de apenas 5 kilómetros ida y vuelta que conecta esta población con Foz de Egua. Si se desea caminar un poco más, puede ampliarse con la circular que añade también Chas de Egua.
El camino está repleto de pinos, eucaliptos y saucos, con el que preparan un licor muy característico.
Restaurante tradicional en Piodao y dónde dormir
Si queréis probar la gastronomía típica del centro de Portugal tenéis que ir al restaurante O Fontinha. Vale, la oferta culinaria de Piodao es bastante limitada (con apenas dos o tres establecimientos) pero es que este lugar merece la pena. Un clásico de comida casera de montaña.
Hay que probar su guiso estrella, la chanfana, cabra guisada con verduras. Muy rico y menos fuerte de lo que me pensaba. De entre los postres, pide la tigelada, una especie de pudding muy sabroso.
Para dormir, qué mejor que un alojamiento rural acogedor. Este, de tipo bed & breakfast es de lo más confortable. Sin pretensiones, pero con un trato cuidado y un desayuno completo.
¿Te gustan este tipo de poblaciones o eres más de gran ciudad?
4 Comentarios
Excelente todo el detalle! Muchas gracias.
Gracias a ti!
mil gracias por compartir ésta valoración tan entusiasta de éste pueblo al que voy a conocer basándome en tu apreciación. mil gracias
Ya me contarás qué te parece María José!!